La subjetividad ni se crea ni se destruye, sólo se desvela

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Demócrito quiere saber en primer término por qué el Sabio Señor creó a Ariman. Es una buena pregunta, que mi abuelo respondió una vez, y para siempre. 
–Gore Vidal. “Creación”

Distinguimos en los ladridos de un perro o en el maullido de un gato sus expresiones de felicidad e infelicidad, porque aún siendo diferentes de las humanas, somos capaces de reconocer las similitudes. El hecho de que no veamos ninguna similitud en la expresión de un langostino o de una hormiga, o incluso el hecho de que la experiencia subjetiva no sea expresada, no quiere decir que no exista. 

¿Qué es la subjetividad?

La muerte repentina, inesperada de un ser querido habitualmente nos deja en estado de shock. La vida monótona se muestra irreal, y sentimos algo transcendente hirviendo en nuestro interior. Resulta incomprensible existir y de pronto, dejar de hacerlo. Tenemos la fuerte sensación de que esa persona ha desaparecido, y al mismo tiempo, de que eso no es posible.

De hecho, ¿cómo puede desaparecer la subjetividad? Aquello que hace que “yo” sea “yo”, aquello que me permite tener (o ser) un punto de vista, ¿cómo puede irse sin más? Y también: ¿cómo ha llegado hasta aquí?

Existen dos posibilidades que trataré de comunicar mediante metáforas. Una es que la subjetividad se crea y se destruye. La otra es que la subjetividad permanece tras la muerte. La primera parece intuitiva. La segunda, deseable. Como veremos, ambas son plausibles.

Primera hipótesis: La subjetividad se crea y se destruye

En el primer caso, el más intuitivo, entendemos la subjetividad como una propiedad emergente que surge bajo ciertas condiciones y que desaparece en su ausencia. Como el fuego, que somos capaces de provocar mediante una chispa, combustible y oxígeno, y que apagamos agotando el oxígeno o el combustible.

Desde que lo entendemos mejor, el fuego ha perdido su carácter mágico ¿podremos avanzar de igual forma en el conocimiento del aspecto subjetivo de la existencia? Creo que el próximo reto al que se enfrenta la comunidad científica es el de entender la naturaleza de la subjetividad.

El caso es que no tenemos ni idea de cuáles son las condiciones que provocan la aparición de la subjetividad en los seres vivos. ¿La subjetividad está provocada por la complejidad? No lo creo. El cerebro mamífero es ciertamente complejo, pero también lo es un computador, o la red de todos los computadores del mundo conectados entre sí mediante Internet, y no hay nada que nos haga pensar que esa red de ordenadores posea una subjetividad, un punto de vista, experimente sensaciones, placer, dolor etc. En cambio estamos completamente convencidos de que todos los mamíferos lo hacen, hasta el más pequeño ratoncillo.

¿La subjetividad estará provocada por el sistema nervioso centralizado de los seres vivos? Podemos pensar que lo está. Supongamos que así es. Pero ¿por qué? Si los sistemas nerviosos naturales son básicamente redes de elementos que procesan información (neuronas) ¿qué tienen los seres vivos que no tengan los seres artificiales? ¿Y por qué la naturaleza ha creado subjetividad, si no es necesaria?

Análisis objetivo de la subjetividad

La conclusión, como argumentaré, es que la subjetividad es omnipresente; lo que no es omnipresente es la capacidad de reconocerla. En resumen: Dado que la única subjetividad de la que estamos seguros es de la propia, confiamos en la existencia de la subjetividad de nuestros semejantes y la damos más o menos por supuesta en función de su grado de semejanza con nosotros mismos. Por ejemplo, otros seres humanos, otros mamíferos, otros animales, y así sucesivamente según la capacidad de empatía de cada uno. Una medida del reconocimiento de la subjetividad ajena es el reconocimiento del derecho. Históricamente, los seres humanos han marginado y negado derechos a los seres diferentes a ellos. A medida que los seres (vivos o no vivos) son mas ajenos y extraños a nosotros mismos, menor subjetividad les otorgamos. Por tanto, la atribución de subjetividad que damos a los otros es falsa, parcial, incompleta. Aunque parezca contra-intuitivo, tenemos buenas razones para pensar que todo es subjetivo.

Forma y fondo

¿Es una copa o son dos caras? Todo el mundo conoce la imagen así que casi no es necesario mostrarla. Ambas respuestas son correctas. Cualquier objeto puede definirse por si mismo, o por oposición a todo lo demás. Por tanto el “yo” (subjetivo) puede definirse tanto por lo que es, como por lo que no es.

Fig. 1 ¿Dos caras o una copa?

Es decir, el yo puede ser identificado por 70 Kg de peso, o bien por toda la masa del Universo salvo esos 70 Kg. de peso (Cada uno, en vez de 70, que ponga lo que corresponda). No hay ninguna diferencia lógica sustancial entre ambas definiciones.

Por tanto la expresión:

Yo=Universo

es casi verdad. Expresada de forma correcta es

Yo=Universo salvo 70 Kg. de nada (que no me pertenecen)

y por tanto cuando pierda esos 70 Kg. podré identificarme con el Universo completo.

Cuando digo que el yo se puede identificar tanto con esos 70 Kg de peso como con todo el Universo salvo esos 70 Kg, no estoy usando el verbo “identificar” en el sentido de “nombrar” sino en el sentido de ser idéntico, en esencia, ser la misma cosa ¿Cómo es esto posible? El Universo es básicamente energía, la cual a su vez es básicamente información. Toda información es susceptible de transformación en una serie binaria (ceros y unos) y toda serie binaria es idéntica tanto en lógica positiva como lógica negativa, es decir, podemos intercambiar los unos por los ceros. Y de hecho, podemos sustituir los símbolos “1” y “0” por cualquier otra pareja de símbolos que nos guste más (por ejemplo: “7” y “€”) y estaremos transmitiendo exactamente la misma información.

Fig. 2 ¿Un punto o un agujero?

Segunda hipótesis: La subjetividad ni se crea ni se destruye, sólo se desvela

Imaginemos que tenemos un dibujo cubierto por una tela. El dibujo está ahí, pero no podemos verlo. Ahora hacemos un agujero en la tela, lo que nos permite ver únicamente una pequeña parte de la imagen total.

Bien, nuestra experiencia subjetiva (yo soy yo) podría ser como la visión proporcionada a través de este agujero en la tela. Sólo podemos ver la realidad a través de nuestro particular agujero, pero la realidad del cuadro existe con agujero o sin él, y lo que el agujero muestra no deja de existir al cerrar el agujero.

Nuestra vida comienza con este agujero, y curiosamente, lo que hace que tengamos este punto de vista no es la existencia de algo, sino la ausencia de algo (el agujero). Ahora bien, solo somos conscientes de la pequeña parte de la imagen total que el agujero nos permite ver.

Las expresiones místicas relativas a la Realidad, en todo tipo de corrientes, se explican mediante metáforas muy similares a ésta de la tela con el agujero. Nuestra vida comienza cuando se hace el agujero, y finaliza cuando desaparece el agujero. Pero aunque nos identificamos con el agujero, la identificación es falsa: El agujero es lo que nos permite ver parte de la imagen del cuadro, pero no somos el agujero, ni la pequeña parte que el agujero muestra, sino la imagen completa del cuadro, la cual es mucho mayor que la pequeña parte a la que podemos acceder.

Cada uno de nosotros, identificado (erróneamente) con su visión-agujero en la tela, sólo participa conscientemente de una parte de la subjetividad total: aquella que corresponde con su pequeña parte del cuadro. A unos les tocará una parte bonita del cuadro, a otros otra no tan bella. Pero la única subjetividad (imagen) real será la del cuadro completo.

Si desplazásemos la tela con su agujero por distintas zonas del cuadro, nuestro agujero (nuestro “yo”) experimentaría distintas realidades. Sería como meterse dentro del cuerpo de otros y experimentar sus sensaciones y sus recuerdos. Precisamente, si nuestra subjetividad (pero no nuestra memoria) fuese trasladada a otro cuerpo, no experimentaríamos nada raro.

Hay muchas situaciones que por definición, son muy difíciles de comprobar, o imposibles. Si el tiempo se detuviera para continuar “después”, o si todas las dimensiones del Universo se extendieran o contrajeran uniformemente, sería complicado darse cuenta de lo que está pasando. O también: si dispusiéramos de una anestesia que no eliminase el dolor, sino el recuerdo del dolor, el resultado sería el mismo. No tendríamos forma de comprobarlo.

Por su propia naturaleza, nuestra subjetividad, cualquier subjetividad, es independiente de las experiencias o recuerdos, y podría estar perfectamente “saltando” de unos cuerpos a otros sin notar nada especial. Ya que es indistinguible una subjetividad de otra, puede ser más adecuado identificarlas como una misma cosa.

El hablar de una subjetividad que salta de unos cuerpos a otros es una forma de explicar un caso más sencillo: que la subjetividad es la misma, es única. Es decir, que yo, tu, todos, somos un único ser, gigantesco, que experimenta y siente lo que sienten cada uno de todos los seres sintientes. Por tanto mi Yo-real (grande) siente lo que siente mi yo-pequeño, lo mismo que siente aquello que sientes tu, aquel, etc. Lo que ocurre es que el yo-pequeño no lo recuerda, porque observa la realidad (a sí mismo) a través del agujero de la tela.

En esta interpretación de la subjetividad única, es literal el hecho de que el bien que hacemos a otros, nos lo hacemos a nosotros mismos.

La existencia de múltiples subjetividades independientes, una por cada individuo, es una teoría intuitiva, pero no es simple ni explicativa. La existencia de una única subjetividad es más simple y explica mejor que es la subjetividad.

Conclusiones

La aparición de seres pluricelulares está explicada por la teoría de la evolución. Metafóricamente los mamíferos somos máquinas construidas por los genes para su autoperpetuación. Pero esto no explica la aparición de la subjetividad en los seres vivos.

Cuando la evolución ha creado máquinas de supervivencia, les ha dotado de subjetividad ¿por qué? Si la naturaleza sólo quería crear máquinas que se comportasen de cierta forma (perpetuando sus genes) ¿por que les dota de subjetividad? Cuando nosotros parece que no somos capaces de hacerlo ni aún a propósito. Si construyéramos un robot que imite la subjetividad, que manifieste sentir dolor o placer, la explicación más sencilla sería que el robot no tiene dichas experiencias, sino que las simula. La evolución natural consigue sin dificultad, y sin necesitarlo, máquinas subjetivas, mientras a nosotros nos resulta imposible hacerlo artificialmente, o eso creemos.

El concepto de subjetividad es complejo de definir y si se le despoja de lo accesorio, las subjetividades de todos los seres se muestran como una misma cosa. La existencia de una única subjetividad de la que participan todos los seres vivos sensibles, es una hipótesis más coherente y más explicativa, aunque menos intuitiva, que la hipótesis de subjetividades independientes. Además coincide con las descripciones de las experiencias místicas.

Cuando los robots sean indistinguibles de los humanos, imitando la subjetividad, no habrá forma de saber si son o no subjetivos, susceptibles de tener derechos, mientras no entendamos la naturaleza de esta subjetividad.

La subjetividad de los demás humanos la entendemos mediante la analogía con la propia, así como con los mamíferos, el resto de animales… y así sucesivamente ¿hasta dónde?

Cuanto más diferente sea el otro ser, más difícil será establecer la analogía. Es decir, nos cuesta entender que otros seres vivos tengan subjetividad, pero esto puede ser por la sencilla razón de que no se nos parecen mucho.

Distinguimos en los ladridos de un perro o en el maullido de un gato sus expresiones de felicidad e infelicidad, porque aún siendo diferentes de las humanas, somos capaces de reconocer las similitudes. El hecho de que no veamos ninguna similitud en la expresión de un langostino o de una hormiga, o incluso el hecho de que la experiencia no sea expresada, no quiere decir que no exista. Todos los seres, a todos los niveles, podrían ser subjetivos.

La subjetividad que experimentamos (la propia) y la que suponemos (la de nuestros semejantes) es la visión limitada que nos ofrece el “agujero en la tela”.

¿Y la materia? ¿Puede ser también subjetiva? La pregunta puede parecer extraña, pero se aclara a la luz de la hipótesis de la subjetividad única. No tiene mucho sentido decir que esta piedra y aquella tienen subjetividad, si entendemos una y otra subjetividad como cosas diferentes. ¿Acaso si partiéramos la primera piedra en dos, obtendríamos dos subjetividades diferentes?

Por tanto, si la materia es subjetiva, debe serlo en forma de subjetividad única. Pero ¿por qué ha de ser la materia, materia subjetiva? ¿Y por qué no? Esta idea unida a la hipótesis desarrollada por José Antonio Jáuregui en “El ordenador cerebral”, según la cual podría no existir el placer, y sólo distintos grados y tipos de dolor me inspiró la letra que escribí para el grupo de Death Metal Mortem Tirana, “Hypothesis Mass” en la que se desarrolla la idea de que la masa crea la vida para evitar el dolor. De igual forma podríamos verlo al revés y podría la masa estar experimentando la plenitud del placer.

De lo que no hay duda es que la raza humana se dedica a hacer la vida desagradable al resto de especies del planeta y a muchos de los miembros de su propia especie. No lo harían si se dieran cuenta que lo que hacen se lo hacen a sí mismos, es decir, si estuvieran iluminados.

Ciertamente la hipótesis de la subjetividad única repele la atención porque es terrible y sería mejor que no fuera cierta. Nos gustaría pensar que los patos engordados en las granjas para hacer foie-grass no sufren, pero eso es una tontería, claro que sufren. Pero nos gustaría pensar que no. Contemplar además la hipótesis de que nosotros somos cada uno de esos patos, es aún mucho peor.

Los santones que caminan siempre con una escoba para barrer delicadamente los insectos a su paso para no dañar ninguna vida, tenían razón. Todo adquiere coherencia con la hipótesis de la subjetividad única. Es el universo, único, el que se observa a sí mismo con una multiplicidad de ojos.

Curiosamente para el iluminado (aparentemente) “no tiene ningún mérito” amar cuando está iluminado: El que siente que el universo es uno, se ama a sí mismo cuando ama a los demás, ya que todo es uno (aunque no puede ser tan sencillo) ¿Y para los demás? Parece que la naturaleza nos ha programado con el engaño del ego (el “velo” del yo) que supone una terrible fuerza egoísta que antepone el bien propio al ajeno. Pues estupendo. Maldita sea la naturaleza que nos ha engañado para hacernos creer que el otro es otro y de esta forma hacernos daño a nosotros mismos.

Ciertamente, una deidad que crea seres vivos para torturarlos debe ser, por definición, perfectamente maligna. Dicho de otro modo, el Sabio Señor no creó a Arimán. El Sabio Señor es Arimán
— Gore Vidal. “Creación”

 

Posted by Manu Herrán

Founder at Sentience Research. Associate at the Organisation for the Prevention of Intense Suffering (OPIS).

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