La especie más poderosa

Somos la especie más poderosa del planeta. La más inteligente, y la más numerosa. La más agresiva y también la más bondadosa. Tenemos la organización social más compleja de todas las que se puedan imaginar, y hemos colonizado los lugares más recónditos del planeta. Se nos puede encontrar en las heladas tundras de Rusia y en los ardientes desiertos de Irak. Me atrevería a decir que en cada metro cuadrado de la superficie de la Tierra hay al menos una de nosotras buscando grano.

Es verdad que tenemos un poderoso enemigo: las termitas. Pero no dejan de ser poco más que una molestia. A pesar de su relativa inteligencia y de la rivalidad que nos ha enfrentado desde tiempos remotos, las termitas no han llegado a tener ni la centésima parte del imperio que hemos ocupado nosotras.

La mayoría de las especies animales no lo sabe, pero la inteligencia que únicamente persigue disponer de los recursos en beneficio propio, es una inteligencia muy básica. Nosotras hemos transcendido esa definición, y hace miles de siglos que dotamos de mayor inteligencia al resto de especies animales, de forma que al trabajar ellas en su propio provecho, o creyendo hacerlo, nos sirvan como esclavas.

Así fue como hicimos inteligentes primero a los syrinx, que emigraron rápidamente del planeta convirtiéndose en sonido y ahora nos alumbran y calientan desde el cielo, en forma de estrellas.

Después vinieron los dinosaurios, aunque el experimento salió mal. La holo-mutación a la que les sometimos les hizo aumentar excesivamente de tamaño. Como todo el mundo sabe, la empatía decrece proporcionalmente a medida que aumenta la distancia entre corazón y cerebro. Los dinosaurios se volvieron demasiado grandes y perecieron, víctimas de su propia agresividad, matándose entre ellos.

El tercer intento fue mucho más exitoso. Es el que hicimos con los monos, fabricando al humano. La ganadería de humanos es la forma más eficiente de obtener grandes cantidades de metal y plástico.

La mayoría de nosotras cree que los humanos no tienen sensaciones, ni sensibilidad, ni consciencia, y que por tanto, no merecen tener derechos ni consideración moral, al igual que los viejos dinosaurios.

Entiendo que esto es bastante intuitivo, en primer lugar como hemos dicho, por su tamaño. Los humanos son demasiado grandes como para tener sentimientos. Además no tienen un lenguaje propiamente dicho, ya que no tienen feromonas. Se comunican por algo que no llega a ser ni un protolenguaje, compuesto por sonidos y gruñidos diversos. Los pocos olores que tienen son muy básicos y no dicen nada interesante.

Sin embargo, estos mismos argumentos se podrían emplear para defender la hipótesis de que los humanos, así como otras especies similares como los perros o los cerdos, a pesar de su gran tamaño, puedan tener una subjetividad oculta para nosotras. Precisamente, el hecho de no tener un lenguaje hace imposible que nos cuenten lo que les pasa.

Es decir, nunca podremos estar completamente seguras acerca de si los humanos experimentan sensaciones o no, pero el hecho de que no puedan comunicar sus experiencias, no quiere decir que éstas no existan.

Mis compañeras piensan que estoy loca, pero estoy haciendo una clasificación de todos los seres que pueblan la Tierra, en función de su capacidad para experimentar sensaciones, según los indicios que tenemos de éstas.

Se entenderá mejor si pongo algunos ejemplos. Evidentemente, los seres más sensibles de todos somos nosotras, las hormigas, dado que somos la especie más avanzada, la más inteligente y la que mejor domina el lenguaje. En segundo lugar, podemos estar razonablemente seguras de que los pulgones, las termitas y las arañas también sienten, aun cuando nos resulten tontas, repugnantes, o ambas cosas. Descendiendo en la escala de sensibilidad, podemos pasar a la cucaracha, la rata y el conejo; después a seres más grandes como los perros, los cerdos, y en último lugar, los caballos, los humanos y los rumiantes en general.

Pienso que el hecho de ser la especie más inteligente del planeta nos da una cierta responsabilidad sobre el resto de seres vivos. Aunque evidentemente no podemos comparar una hormiga con una vaca, creo que deberíamos tener, hasta donde sea posible, comportamientos respetuosos con los animales inferiores. Por supuesto, el ideal sería lógicamente la convivencia pacífica y armoniosa entre todas las especies animales del planeta. Aunque ésta sea nuestra visión a largo plazo, y dado que resulta en este momento totalmente inalcanzable, creo que al menos podemos defender la creación del derecho de todos los animales a pastar en libertad, en espacios suficientemente amplios, y no encerrados en establos, jaulas, corrales, factorías, colegios, universidades o business centers. Si los animales están destinados para consumo mirmeceano, pediremos que tengan una muerte rápida y sin sufrimiento, incluso los de gran tamaño.

Sí, los de mayor tamaño, también. Aunque los más grandes probablemente no sientan nada mientras les matamos, no está de más la precaución.

Posted by Manu Herrán

Founder at Sentience Research. Associate at the Organisation for the Prevention of Intense Suffering (OPIS).

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