“El botón de la autodestrucción instantánea del Universo”, “Anestesiar y asesinar” o “La infidelidad jamás descubierta” son explicados ignorando la existencia de individuos en el sentido habitual de la palabra.
Llamaré sensocentrismo convencional (sintiencismo convencional) a la postura moral que considera que la capacidad de sentir es el criterio relevante para establecer quiénes son los seres que merecen consideración moral.
Llamaré sensocentrismo estricto (sintiencismo estricto) a la postura moral que considera que lo relevante para establecer consideración moral es la capacidad de sentir. O lo que es lo mismo: lo relevante para establecer consideración moral son los intereses.
La primera definición asume implícitamente que existen seres, y que esos seres son distintos entre sí. La segunda no lo hace y es coherente con el individualismo abierto y el individualismo vacío. Veremos como el uso de ambas definiciones permite explicar importantes matices.
“Ser” o “cosa” es aquello que (aparentemente) posee una cierta coherencia y gracias a ello es identificado y nombrado en nuestra representación mental. Es decir, “ser” o “cosa” es aquello que presenta una cierta coherencia para quien se está refiriendo a ese ser o cosa.
Los procesos mentales morales requieren tener en cuenta el futuro. Los seres sintientes “ahora” son los que sienten “ahora”. Sin embargo, una conceptualización de los seres sintientes más amplia que permita establecer consideraciones morales para el futuro (mediante representaciones mentales) requiere introducir el factor tiempo y la potencialidad, y hablar no sólo de los seres que son sintientes ahora mismo, sino de los que presumiblemente lo seguirán siendo, y de los que lo serán, aún cuando ahora mismo no lo sean. En este sentido hablamos de la capacidad de sentir de las cosas, refiriéndonos a la capacidad presente y futura.
La coherencia individual de un objeto es aquello que nos permite definirlo e identificarlo.
La coherencia requiere del factor tiempo: no sólo porque los procesos mentales son procesos y requieren el factor tiempo, sino porque aquello que los procesos mentales manejan también requiere tener una cierta estabilidad, inercia o recurrencia en el tiempo para poder ser identificado y manejado.
Un objeto es objeto (es objeto identificado en nuestra mente) gracias a que existe un patrón, reconocible, que se mantiene en el tiempo.
Es decir, una “cosa” puede experimentar más o menos transformaciones y seguir siendo dicha “cosa”. Pero si experimenta “muchas” transformaciones, diremos que se ha convertido en otra cosa. En definitiva, la identidad de esa “cosa” está en nuestra mente.
La identificación de objetos es necesaria para establecer distintos criterios morales en relación a ellos y a su subjetividad potencial. Pero no debemos olvidar que al fin y al cabo dichos objetos, es decir, dicha coherencia dualista que separa ese objeto del resto del universo, es algo que existe en nuestra mente.
Sensocentrismo estricto
La coherencia que observamos entre un individuo adulto y el “mismo” individuo unos segundos antes, es -por lo general- enorme. Sin embargo, durante esos segundos, el individuo ha cambiado y se ha transformado en otro. Podemos seguir la coherencia del patrón entre el individuo adulto y el joven unos años antes (por ejemplo detectando parecidos en viejas fotografías) y hablar por tanto del mismo individuo, ya tenga tres o noventa años si bien, cuanto más alejados estén en el tiempo, tanto más extraño resultará decir de que son la misma persona, dado que casi en cualquier aspecto que analicemos, lo que vamos a encontrar será diferente.
Nos resulta aún mucho más costoso mantener en nuestra mente la coherencia entre el óvulo recién fecundado (o incluso, por que no, antes de fecundar) y el individuo adulto. En algún lugar, ciertamente arbitrario, de la secuencia temporal, los identificamos como cosas distintas.
La identificación del “ser” o “cosa” es en última instancia arbitraria. Es algo útil, pero no refleja fielmente la realidad mas profunda. La continuidad del “yo” es una ilusión, tanto en mi caso como en el de los demás animales, así como en plantas o en objetos inanimados.
Es por ello que el sensocentrismo llevado a sus últimas consecuencias llega a lugares tan extraños, moralmente criticables como son “El botón de la autodestrucción instantánea del Universo”, “Anestesiar y asesinar” o “La infidelidad jamás descubierta”. El asunto de fondo es que el sensocentrismo estricto ignora la existencia de individuos en el sentido habitual de la palabra “individuo”. Dicho sentido habitual de la palabra “individuo” implica la continuidad en el tiempo de un patrón. El asunto de la existencia de este patrón es independiente del asunto de la existencia de la capacidad de sentir, y este patrón es el que es ignorado por el sensocentrismo estricto.
Es decir, si tengo en cuenta la sintiencia pero ignoro el concepto de individuo entendido como patrón en el tiempo, los lugares extraños del sensocentrismo quedan aclarados y los razonamientos éticos resultan ser lógicos, aunque inquietantes.
En mi opinión, la coherencia y la continuidad del yo es una ilusión, así como el libre albedrío es una ilusión.
Por supuesto, lo que sin duda nos aleja de esta idea es la experiencia de que lo que yo siento no lo sienten los demás, y viceversa; y que “yo” tengo continuidad en el tiempo (gracias a mi memoria). Y la razonable suposición de que a los demás les ocurre lo mismo. Y si no tuviera continuidad, al menos tengo la apariencia de continuidad. Tengo la experiencia de ser continuo en el tiempo.
No podemos comparar la coherencia de un objeto no sintiente (una piedra, un montón de arena, un gin-tonic, un edificio, una carretera, un bosque) frente a la coherencia de un objeto sintiente (una rana). Todos estos objetos tienen coherencia, tienen un patrón, tienen una representación en mi mente. Pero aquellos objetos que además tienen sintiencia son muy diferentes: ellos mismos tienen la misma experiencia dualista que tengo yo, al separar “yo” del resto del universo.
Ciertamente, es difícil observar a nuestro alrededor e identificar sintiencia sin identificar distintos individuos. Una forma plantear el asunto que puede ayudar a entender este paradigma es interpretar que todos los individuos son el mismo (no puedo ser infiel a mí mismo). La lógica subyacente a los cálculos utilitaristas se entiende con facilidad si consideramos que sólo existe un individuo (que todos los individuos son el mismo).
De hecho, basta con considerar que solo existe “ahora” o que los individuos no son seres diferentes entre sí para explicar los “lugares extraños” del sensocentrismo.
Precisamente si la capacidad de sentir es aquello en torno a lo que gira toda la consideración moral, debemos reconocer que la capacidad de sentir, la pura capacidad de sentir, pura subjetividad, es indistinguible de unos seres a otros y es irrelevante “quién” sienta tal cosa, sino el hecho de sentirla.
La “lógica inversa” (cuando el mensaje lo determina la ausencia de mensaje; cuando el silencio es la señal de alarma) y la metáfora del cuadro tapado por la tela con un agujero también puede ayudar a entender la idea. Lo que llamamos “yo” es una idea que podemos interpretar tanto como la maquinaria que genera mi particular experiencia sintiente, como la maquinaria que, de la experiencia sintiente global, me lo oculta todo salvo aquella experiencia que llamo mía. Ambas son dos formas válidas de describir una mismo patrón (“yo”).
Dicho patrón ¿es una ilusión? Ilusión o no, los seres sintientes se consideran a si mismos extraordinariamente relevantes, experimentan continuidad y en general pretenden mantenerla, la propia y la de los seres queridos, y en caso de necesidad, aún a costa de la de otros.
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