¿Qué tienen en común la NASA, el Tercer Reich y un convento de monjas de clausura? Todas ellas son organizaciones bien alejadas de los criterios de rentabilidad económica. En ellas el dinero no es un fin, sino un medio, porque lo que se persigue es un objetivo idealista, ya sea el reinado de Jesucristo en la Tierra, el de Hitler en Europa o el de América en los cielos.
La presión selectiva hace que la mayoría de las organizaciones de éxito tengan tendencia a anteponer su propia supervivencia a los objetivos y misión de la propia organización.
La forma más intuitiva en la que esto sucede (aunque no la única) es la tendencia entre los directivos y empleados de las organizaciones a asegurar su propia supervivencia en ella, y si fuera necesario, traicionar los objetivos de su organización para mantenerse en el puesto y medrar. Mientras lo hacen, ayudan a mantener la organización viva y saludable, aunque tal vez alejada de su misión.
Además, la vanidad no es un recurso económico y la visión de uno mismo como líder mesiánico imprescindible emerge espontáneamente sin mucha dificultad. Me atrevo a decir que esto sucede incluso en puestos de poca responsabilidad.
Por supuesto, este no es un asunto binario sino gradual. Se puede ser ambas cosas al mismo tiempo, se puede alternar una política y otra, etcétera.
En una metáfora cartesiana podríamos colocar en un extremo organizaciones sin escrúpulos que como un cáncer hacen todo lo posible por extenderse y sobrevivir sin ningún criterio. Su adaptación a un entorno cambiante es máxima. Les podríamos llamar organizaciones “Virus”.
En el otro extremo estarían organizaciones idealistas que basan su actuación en criterios (axiológicos y deontológicos) inmutables e independientes de la realidad que los rodea. Su adaptación a un entorno cambiante es mínima. Por su carácter idealista rozando la fantasía les podríamos llamar organizaciones “Peter Pan”.
Podríamos pensar que las organizaciones mencionadas en primer lugar (los “Virus”) son frecuentemente grandes y exitosas, mientras que las “Peter Pan” son modestas, de vida corta y se arruinan con facilidad. De hecho, tenemos muchos ejemplos:
- Grandes “Virus” son básicamente todas las grandes organizaciones con ánimo de lucro. En concreto, podemos pensar en empresas como Amazon, Microsoft, Google, Apple o Facebook. Aunque tengan una misión y no sean completos virus, se acercan mucho a esta idea de máxima adaptabilidad para un máximo éxito evolutivo (máximo crecimiento, máxima reproducción).
- Pequeños “Peter Pan” son típicamente todas las pequeñas organizaciones benéficas sin ánimo de lucro, asociaciones culturales, estructuras familiares formadas por parejas sin hijos, partidos políticos minoritarios, la fabricación artesanal (en la que se prioriza la calidad del producto frente al rendimiento económico), un servicio de citas románticas para relaciones a largo plazo, los proyectos de la mayoría de los artistas, educadores y otras profesiones y actividades vocacionales, etc.
Pero no siempre es así, ni mucho menos:
- Pequeños “Virus”: innumerables proyectos sin criterio son inviables y desaparecen al poco de nacer, siendo identificados por el sistema inmune como elementos tóxicos o disfuncionales, recibiendo la suspicacia y desconfianza de donantes, ciudadanos, pacientes, clientes e inversores. Un par de ejemplos son las estafas y los intentos fallidos de “dar un pelotazo”.
- Grandes “Peter Pan”: en los más importantes fenómenos históricos como las religiones, el humanismo o el imperialismo; así como en algunos de éxito más reciente pero indudable como son el feminismo o el antirracismo; y en otros incipientes y prometedores, como son el antiespecismo y el veganismo, se encuentran organizaciones bastante cercanas al modelo “Peter Pan”. Por ejemplo: iglesias, gobiernos (del Tercer Reich, el imperialismo de Alejandro Magno), organizaciones sociales (PETA), partidos políticos, el sistema de sanidad pública y seguridad social… en todos ellos podemos encontrar casos de grandes organizaciones de enorme éxito guiadas por criterios puramente idealistas.
¿Cómo deberían ser las organizaciones? ¿Cuál es el punto óptimo?
Por ejemplo, si hubiera un donante que quisiera dedicar una cantidad económica a un fin determinado maximizando su impacto, y le resultase indiferente la organización destino ¿dónde debería estar situada la organización receptora, en este eje de “Adaptabilidad” que va desde “Peter Pan” hasta “Virus”?
La pregunta, con ciertas adaptaciones, es pertinente tanto en el ámbito de la solidaridad y las organizaciones sin ánimo de lucro como en el ámbito laboral, de los negocios y las inversiones. En el primer entorno, nuestro objetivo altruista tal vez sea erradicar la malaria, paliar el sufrimiento de las cefaleas en racimos, acabar con el hambre en el mundo, evitar el sufrimiento animal en la ganadería industrial o asegurar a los pacientes que agonizan una muerte digna y sin sufrimientos evitables. ¿Qué nivel de adaptabilidad organizativa es la ideal para lograr este objetivo? ¿A que organización deberíamos donar? También podemos hacer una reflexión similar si lo que deseamos es obtener, egoístamente, la máxima rentabilidad de nuestro tiempo y dinero, y lo queremos hacer de cierta forma o en determinado sector en particular, ya que, por ejemplo, estamos siguiendo una intuición. Por ejemplo, si creyéramos que la energía del futuro pasa por la nuclear y el uranio, o en cambio las renovables son inevitables, o si creemos que deberíamos colonizar Marte, o apostar por las nuevas tecnologías de transmisión de datos, o la Inteligencia Artificial ¿en qué tipo de empresa deberíamos invertir?
Al haber muchos otros factores, no puede haber una respuesta única a esta pregunta sobre el grado óptimo de “Adaptabilidad”. Dependiendo de otras consideraciones como el momento histórico, el reto al que nos enfrentemos o la competencia que tengamos, el punto óptimo de “Adaptabilidad” se encontrará en uno u otro lugar.
De todas formas, me parece intuitivo que exista un rango de posibles posiciones donde con mayor probabilidad pueda encontrarse el óptimo. Por ejemplo, me parece intuitivo que ambos extremos parecen problemáticos y que será raro que el óptimo se encuentre en alguno de los extremos. Con esto no quiero decir que no haya organizaciones que gocen de buena salud siendo completos “Virus”. Claro que las hay, y posiblemente algunas “Peter Pan” también. Lo que quiero decir es que si lo que alguien quiere es alcanzar un objetivo determinado, me parecerá extraño que una organización puramente “Virus” o puramente “Peter Pan” fuera la mejor manera de lograrlo.
Tengo otras intuiciones que han ido matizándose a lo largo del tiempo. Por ejemplo, siempre he pensado que el dinero mejor empleado será en donaciones a organizaciones más próximas a “Peter Pan” que a “Virus”, y lo sigo pensando, siempre que consideremos la donación aisladamente. Para mí, que una organización sea pequeña, joven y que se encuentre en dificultades económicas puede ser consecuencia de un carácter con tendencia a “Peter Pan” que asegure el uso eficiente de mi donación, vista esta donación como hecho aislado. Si además podemos entrar en contacto directo con los responsables de la organización y ser informados puntualmente de los avances, creo que podemos lograr una confianza suficiente en que el dinero será muy bien empleado.
Sin embargo, otras organizaciones mucho más grandes que incluso desvían una gran parte de los recursos que reciben a gastos que nada tienen que ver con su misión, pueden tener un efecto global mucho más positivo con ese porcentaje que sí emplean de forma alineada con el objetivo. Es decir, puede ocurrir que mi donación a una organización “Peter Pan” sea la donación más efectiva que yo pueda hacer. Pero al mismo tiempo, puede ocurrir que para alcanzar a muchos más donantes sea inevitable un cierto efecto “Virus”.
Motivos para dejar de ser “Peter Pan”
Hay ocasiones en las que pudiera parecer que una organización “Peter Pan” se está comportando como “Virus” cuando no es así. Por ejemplo, el dinero obtenido del primer inversor en el negocio que queremos montar podría gastarse en una gran fiesta o en regalos caros cuyo único objetivo fuera captar la atención de un segundo inversor. O el dinero obtenido en una gran donación hecha a una ONG que trata de ayudar a las víctimas de un terremoto podría gastarse íntegramente en una gran campaña de publicidad para captar todavía más donantes.
Puedo imaginar la cara del primer inversor si el segundo inversor no llega (y aunque llegue). También puedo imaginar la perplejidad de alguien que hace una donación para una causa solidaria urgente y observa como su dinero se consume en anuncios de televisión en vez de transformarse en comida, agua, mantas y medicinas. Pero todo esto no es más que una cuestión de estrategia y de balancear el beneficio esperado y el riesgo. Si con 20.000 euros pudiéramos asegurar la llegada de un inversor con dos millones de euros, o si con esos mismos 20.000 euros pudiéramos asegurar la llegada de dos millones de euros en ayudas, no lo dudaríamos. Nos parecería el dinero mejor invertido del mundo.
Si bien puede parecer extremadamente difícil e impredecible lograr atraer a un gran inversor a nuestro proyecto, o tener un gran éxito en una campaña mediática, no es en absoluto descabellado pensar que hay personas que tienen grandes habilidades en este sentido, ya sea en acciones convencionales o excéntricas, ya sea en campañas clásicas o polémicas.
Me parece indudable que algunas personas serán mejores que otras a cargo de estas iniciativas y deben existir algunas realmente buenas haciendo tareas como captar inversores o convencer al público en general de que reaccione ante una necesidad emergente. Si pudiéramos trabajar con una de estas personas ¿la contrataríamos? ¿aunque no estuviera alineada con los valores de la organización? ¿aunque su salario fuera excesivo, totalmente fuera del rango de lo que se considera apropiado en nuestra pequeña ONG? ¿aunque su comportamiento público nos resultase embarazoso? Tal vez sí, tal vez no. Seguramente seamos flexibles hasta ciertos límites que no estemos dispuestos a traspasar.
Esta encrucijada específica puede darse puntualmente, pero no es algo aislado. De alguna forma, en la evolución de las organizaciones, este tipo de situaciones se producen constantemente. Por ejemplo, en una ONG ¿contratamos a una persona altamente alineada con los objetivos de la organización? Obviamente sí, y esto sucede tanto más cuanto más pequeña es la ONG. Pero veamos la situación desde otra perspectiva: si nuestra organización crece bruscamente, de forma que nos empieza a resultar costoso encontrar los perfiles adecuados para cubrir los distintos puestos, y tuviéramos un empleado en la ONG que hace un trabajo excelente, cobrando un salario adecuado, y con quien toda la organización está encantada, pero que con el paso del tiempo experimenta un desalineamiento ideológico con los valores de la ONG ¿deberíamos prescindir de él y buscar una nueva persona, desestabilizando y tensionando aún más toda la organización? Apuesto a que, en infinidad de casos, no.
De esta forma, y si triunfan, las organizaciones que nacen como pequeñas “Peter Pan” van acercándose a la forma de “Virus”, para sobrevivir, para estabilizarse, para crecer y para seguir cumpliendo su misión con la máxima eficacia y el máximo impacto. Si queremos crear una ONG, me parece que éste es un fenómeno inevitablemente unido al éxito, que hay que conocer y aceptar, para poderlo monitorizar y controlar, en un enfoque que trata de maximizar el impacto positivo y la misión que nos hemos propuesto. Y hay que monitorizarlo y controlarlo porque si nuestro pequeño “Peter Pan” idealista se infectase demasiado de la actitud de supervivencia del “Virus”, entonces podríamos estar creando un monstruo sin sentido, alejado o incluso opuesto a nuestro objetivo.
1 Comment