Mi objetivo es reducir el sufrimiento, no identificar y castigar a los culpables.
Pensad en cualquier acción que os parezca abominable.
El castigo puede tener un valor instrumental, preventivo. Pero ¿intrínseco?
La falsedad del libre albedrío es argumento suficiente para descartar el valor intrínseco del castigo.
Pero aun suponiendo que existiera el libre albedrío, podemos argumentar en contra del valor intrínseco del castigo.
Los agentes morales (estos pueden ser: muchos humanos, sin duda algunos animales no humanos, tal vez algunas máquinas) estamos fuertemente determinados no sólo por genética y ambiente, sino por el contexto determinado del conflicto que vamos a juzgar.
El conocimiento de las emociones humanas, ilustrado a la perfección por la literatura, particularmente en óperas, comedias y culebrones, explica con claridad cómo y por qué la misma persona, bajo determinadas circunstancias, nos mataría, mientras que bajo otras determinadas circunstancias, daría su vida por nosotros.
Podemos castigar la acción para prevenirla. La acción es susceptible de juicio, pero nunca el individuo. No castigamos a la persona: castigamos el acto.
La prioridad moral es que los individuos experimenten el mínimo sufrimiento posible. No castigar a los “culpables”. Castigar a los “culpables” es absurdo y cruel. Castigamos los actos.
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