Hay gente que dice que los utilitaristas negativos estamos obsesionados con el dolor, y tienen razón. Estas personas dicen que no solo existe el dolor físico (o “dolor”), sino también el dolor psíquico (o “sufrimiento”) y que este sufrimiento también puede ser horrible, y tienen razón. También dicen que hay más cosas en la vida. Que hay otros intereses, no sólo el interés en dejar de sufrir, sino también el interés en disfrutar, y también aquí tienen razón. Además dicen que no sólo existe el placer (físico), sino toda una gama de satisfacciones psíquicas muy complejas que son deseables, y tienen razón. Dicen que hay masoquistas para quienes pequeños “dolores” pueden ser motivo de satisfacción y placer y que lo relevante no es simplemente “el dolor”, sino el interés en que suceda o deje de suceder algo, y tienen razón. Por ejemplo, hay radiaciones cancerígenas mortales que no se notan, no producen dolor. En cierto lugar se pueden producir estas radiaciones y tal vez podemos experimentar placer yendo a ese lugar, pero en el fondo eso no nos interesa, incluso aunque no lo sepamos.
También dicen que el dolor es útil: puede conducir al crecimiento personal, a veces nos puede servir para apreciar el valor de las cosas positivas, y sobre todo nos sirve como alerta para evitar las negativas. Prueba de ello son las personas que sufren cierto tipo de neuropatías hereditarias, una insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis, una enfermedad rara que afecta a algunos seres haciéndoles insensibles al dolor físico, cuyos cuerpos acaban siendo dañados inadvertidamente, reduciendo en mucho su esperanza de vida. Tienen razón.
Hay quienes dicen que centrarse en el sufrimiento es deprimente, y en algunos casos puede ser cierto. También dicen que ignorar el dolor y no prestarle atención es una forma de aliviarlo, y es cierto que en algunos casos este mecanismo psicológico funciona. Pero extender esta idea y proponer aplicar un “pensamiento positivo” (sería más correcto llamarlo un “pensamiento ilusorio“) a todas las circunstancias de la vida, ignorando el sufrimiento, es cruel y es una de las mayores estupideces que se puede llegar a hacer. Si no prestásemos atención al dolor y al sufrimiento no existiría la anestesia y no existirían los cuidados paliativos. No existiría de hecho, la medicina.
Hay dos tipos de intereses: positivos y negativos. Interés en “ir” e interés en “escapar”. Interés en que algo ocurra e interés en que algo no ocurra. Los primeros se asocian habitualmente al placer (interés en comer, en tener sexo). Los segundos al dolor (evitar un depredador o una quemadura). En este artículo desarrollo algo más la idea de la diferente utilidad de estos dos tipos de experiencias (pág. 5-7).
Considero que no hay una diferencia sustancial, esencial, entre dolor físico y psíquico. Pero para los humanos ricos privilegiados de nuestro tiempo, la diferencia es relevante. ¿Por qué? Porque hemos logrado evitar tan bien el dolor físico con anestésicos, analgésicos y otros medicamentos, que lo que nos preocupa y obsesiona ahora es el dolor de origen psicológico. Lo más relevante del dolor psíquico, ahora, es que es “ese dolor que aún no hemos podido evitar”.
En mi caso, cuando escribo, cada vez que hablo de dolor me refiero también al dolor psicológico. Y cada vez que hablo de placer me refiero también a la satisfacción más sublime que pueda imaginarse, como ser admirado, o el sentido de trascendencia, la espiritualidad etc. Si hay alguien que disfruta con pequeños dolores, eso lo clasifico como placer, como “cosas que quiero que sucedan”. Eso es en realidad lo importante: los intereses.
Un ejemplo ilustrativo
Imaginemos que yo me “sacrifico” por otra persona a la que aprecio, experimentando cierto sufrimiento para evitárselo a otro, incluso cuando ese sufrimiento que yo experimente sea mayor que el que estoy evitando en la otra persona.
Si decido sufrir yo (un sufrimiento que llamaré S1) para que otros seres queridos no sufran (un sufrimiento que llamaré S2), incluso aunque mi sufrimiento (S1) visto de forma individual sea mayor que el sufrimiento potencial que estoy evitando en mi ser querido (S1 > S2), estoy eligiendo entre dos males un mal menor, ya que en realidad mi valoración global de la situación es que es peor que sufra ese ser querido a que lo haga yo, ya que ese S2 de mi ser querido, si existe, implica un nuevo sufrimiento por mi parte (S3) que está originado por mi propia valoración de la existencia de S2. Elijo sufrir yo (S1) y al hacerlo, sufro menos, visto globalmente (porque S1 < S2+S3). De esta forma estoy evitando la que es para mí la peor de las situaciones (S2+S3), es decir, que mi ser querido sufra (S2) junto con mi valoración de la importancia de ese sufrimiento (S3), e ignorando la valoración de mi ser querido, que curiosamente podría ser la simétrica.
Como puede observarse, todo es un asunto de preferencias e intereses. Podría emplear la palabra interés cuando escribo, pero interés suena a “película interesante”. Y preferencias suena a “pedir en un restaurante”. “Dolor” refleja mucho mejor lo que está ocurriendo. Por supuesto, lo moralmente relevante es la satisfacción de preferencias, o los intereses, que es lo mismo. Tal vez todo lo que se ha explicado no sea más que un problema léxico de definiciones, si es que lo hay. El siguiente asunto interesante a tratar es valorar cuáles son los intereses o preferencias más relevantes. La axiología es la rama de la filosofía que se ocupa de las valoraciones, de lo que es valioso, y trata de responder a la pregunta: “¿qué es importante?”
Los utilitaristas negativos nos hacemos la pregunta, y para responderla, hacemos un ejercicio de imaginación y empatía para suponer como puede ser experimentar todo tipo de situaciones, los mayores placeres físicos y psicológicos, como por ejemplo, los mayores orgasmos, recibir un premio nobel, enamorarse y ser correspondido, triunfar en el karaoke o dirigir esa película que siempre quisiste hacer… lo que sea… Y también los mayores dolores y sufrimientos… y llegamos a la conclusión de que evitar el sufrimiento (y especialmente, en mi opinión, evitar el sufrimiento intenso) es la mayor prioridad moral. Es decir, que evitar el sufrimiento intenso es lo más valioso.
Considero que recoger testimonios de quienes han sufrido cosas horribles como torturados o grandes quemados puede ser muy útil. Esas personas posiblemente conocieron también la felicidad y el amor o al menos el placer del orgasmo. Conocen ambos mundos. ¿Cuáles son para ellos las prioridades? Podríamos preguntarles sin estarían dispuestos a pasar de nuevo por esa experiencia con tal de disfrutar de ciertas cosas; o por el contrario, estarían dispuestos a dejar de disfrutar de ciertas cosas, con tal de evitar dicha experiencia. Esto nos puede ayudar a entender qué es valioso. Así como las personas que nunca han experimentado un orgasmo deberían tener dificultad para apreciar su valor positivo, es razonable considerar que las personas que nunca han sido torturadas (la mayoría) o que nunca han sufrido la agonía de los instantes previos a la muerte (todas) no puedan apreciar correctamente su valor negativo. Si reflexionar acerca de las cosas muy negativas y terribles nos produce desasosiego y rechazo, cosa que es comprensible, corremos el riesgo de estar ignorando o infravalorando la mayor de las prioridades morales: aliviar y prevenir el sufrimiento extremo.
Los privilegiados que pertenecemos a grupos sociales que hemos logrado mantener razonablemente a raya al dolor físico deberíamos prestar más atención a aquellos que lo sufren, especialmente en los casos en los que es más difícil de entender, como en el caso de animales no humanos, o enfermos terminales que fallecen sin los cuidados paliativos adecuados. En particular, existe el terrible riesgo de que infinidad de muertes humanas se estén produciendo sistemáticamente en forma de sufrimiento extremo, mientras los médicos están más preocupados por evitar posibles problemas legales que por proporcionar analgésicos fuertes que alivien el dolor, y los familiares, si existen, muchas veces cometen el error de mantenerse al margen, acobardados frente a los médicos por su propia falta de conocimiento, vulnerables a las arbitrariedades de los criterios de las distintas religiones, e impresionados por el aspecto filosófico de que un ser querido va a fallecer y dejar de existir.
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