Paneudaimonia: haciendo plausible la idea de un universo feliz, más una técnica para dejar de fumar

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Me considero básicamente algo parecido a un utilitarista negativo. Esto es, considero que evitar el sufrimiento es la mayor prioridad moral, y que el disfrute tiene en cambio poca o tal vez incluso ninguna relevancia. Sin embargo, soy mucho menos radical de lo que esto pueda parecer. De hecho soy partidario del enfoque xNU+ propuesto por Jonathan Leighton, donde el símbolo “+” otorga importancia al placer y a la felicidad, aunque solo fuera por un motivo práctico: seguramente seamos altruistas más eficaces si nos permitimos y nos sentimos con derecho a ser egoístamente felices, disfrutando ocasionalmente de algunos de los placeres de la vida, en lugar de estar continuamente y sin descanso obsesionados con reducir el sufrimiento. Además considero que, al menos cuando son acotadas a cierto contexto local, un gran número de acciones encaminadas aparentemente a lograr el placer son moralmente defendibles porque según mi interpretación en realidad son acciones encaminadas a evitar el sufrimiento que produciría el no lograr ese placer. Por ejemolo creo que la mayor motivación para dormir, comer o practicar sexo no es el placer que producen estas actividades, sino evitar el posible sufrimiento o frustración en su ausencia. Por otra parte, cuando observo la realidad en su conjunto, me parece que la prioridad es reducir el sufrimiento intenso (la x en xNU+), y que todos somos inmorales por no hacerlo.

Tal como he comentado, en su versión convencional el utilitarismo negativo otorga poca o ninguna relevancia al disfrute salvo consideraciones consecuencialistas como las que he mencionado. Pero podríamos pensar en un utilitarismo negativo radical donde el disfrute no solo se despreciara moralmente, sino que se negara ontológicamente. Es decir ¿y si en el mundo sensible (el mundo de los seres que sentimos) solo existiera el dolor (y sufrimiento) y nunca el placer (y felicidad)?

Esta hipótesis parece una locura (¿cómo es posible que no exista el placer, si es obvio que lo experimentamos?). La encontré por primera vez hace más de 20 años en una nota al pie en el libro “El ordenador cerebral” de José Antonio Jáuregui, de quien se dice que se adelantó al cambio de paradigma en la psicología que iniciaron investigadores como Antonio Damasio. Con el eliminativismo ocurre algo similar. En su versión ligera, el eliminativismo desprecia la existencia de la experiencia subjetiva o sintiente, y considera que todo lo relacionado con la mente puede ser explicado sin manejar la idea de “yo” o “subjetividad”. En una versión más radical, el eliminativismo considera que simplemente, las experiencias subjetivas no existen: son una ilusión de la mente.

¿Acaso el placer pudiera ser una ilusión de la mente? Robert Anson Heinlein propuso en una de sus novelas una anestesia que no elimina el dolor sino el recuerdo del dolor. Esta idea también es mencionada en el libro “El peor de los males” de Dormandy. De la misma forma que podría existir esta “anestesia que no quita el dolor sino el recuerdo del dolor” también podría existir un mecanismo que generase un falso recuerdo de un placer que nunca existió, de forma que lo que llamamos placer sea en realidad, el recuerdo del placer, y entonces tal vez el auténtico placer… nunca existió.

Advertencia: en este texto se menciona un método muy efectivo para dejar de fumar, pero el mismo método puede tener consecuencias negativas si es aplicado en otros contextos. Si el lector no tiene la habilidad de controlar “a voluntad” el salir y entrar en un estado de mayor o menor concentración; si tiene dudas acerca de si es capaz, voluntariamente, de “dejarse llevar” y “dejar de pensar” mientras disfruta de ciertas actividades evitando pensamientos recurrentes u obsesivos en momentos inoportunos, tal vez sea mejor que no siga leyendo. Idealmente este texto debe ser leído únicamente por personas con capacidad para controlar y encauzar su atención. Por ejemplo, aquellas que tienen habilidades y recursos para aparcar u olvidar problemas que ahora no se pueden resolver, o que son capaces de animarse cuando estar triste es inconveniente.

Al menos, conozco personalmente un ejemplo de algo muy parecido a esto. Según mi experiencia, para un fumador empedernido la acción de fumar no produce placer, sino un falso recuerdo de placer, que es la causa de la adicción. El método que yo mismo empleé para dejar de fumar fue observar detenidamente y de la forma más consciente que me fue posible la experiencia de fumar, tratando de reconocer con la mayor claridad posible la experiencia placentera de hacerlo, no encontrando ningún placer en ello. Es decir, cuanto más consciente era el acto de fumar, menos placer obtenía (o creía que obtenía) fumando. Me puse a mí mismo la norma de solo fumar de forma consciente, observando el placer obtenido, y al no encontrar ningún placer cada vez que lo hacía, dejé de fumar. La técnica no está exenta de peligro ya que si no volví a fumar tal vez fue porque llegue a un punto en el que me resultaba imposible fumar y disfrutar (o creer que disfrutaba). Parece posible que en caso de aplicar esta técnica a otras actividades placenteras como comer o tener relaciones sexuales, éstas actividades perdieran su interés, lo cual no parece una buena idea.

En resumen, placer y consciencia parecen incompatibles. Fijémonos en que no sólo la consciencia puede perjudicar el placer, sino que muchos placeres parecen estar vinculados a la pérdida de la consciencia y/o de la individualidad.

Es decir, por una parte, al aumentar la consciencia se disminuye el placer:

  • Ciertos placeres “físicos” pueden disminuir o incluso desaparecer al hacerlos más conscientes, como el placer de fumar.
  • Lo mismo parece que ocurre con otros placeres más “psicológicos”. Por ejemplo, si en una fiesta alguien nos pregunta “- ¿Qué tal te lo estás pasando?” inmediatamente (al menos para cierta gente) el acto de valoración del propio disfrute provocará el efecto de disminuir dicho disfrute. En esos casos, el único uso razonable de la pregunta es el irónico, cuando la reunión es indudablemente aburrida o desagradable.

Por otra parte, al disminuir la consciencia, aumenta el placer:

  • La pérdida de la consciencia produce placer. Personas que se desmayan comentan que la experiencia fue agradable. También lo he experimentado personalmente.
  • Las drogas que reducen la consciencia producen placer.
  • El “estado de flujo” que se produce en las actividades en las que la dificultad se ajusta progresivamente a la destreza, como ocurre en los videojuegos o en una carrera profesional parece producir una placentera ausencia de consciencia.
  • El efecto del orgasmo es conocido como “La petite mort”, pequeña muerte.
  • La “energía sexual tántrica” relaciona la anulación del ego con el deseo carnal y los estados placenteros que genera.
  • La meditación, la pérdida del “yo”, y la disolución del “yo” en la “unicidad” se relaciona con experiencias agradables.

Además, el sufrimiento parece aumentar la consciencia mientras que la ausencia de sufrimiento parece hacerla disminuir:

  • Mientras estamos entretenidos viendo una película o jugando a videojuegos, el tiempo (subjetivo) pasa volando.
  • ¿El tiempo pasa más rápido cuando somos felices y nuestra vida tiene un sentido? ¿El tiempo (subjetivo) pasa a toda velocidad cuando somos inmensamente felices? Sin duda, pasa muy lentamente cuando sufrimos intensamente.

Podemos unir todas las ideas mencionadas hasta aquí en una hipótesis coherente sobre la naturaleza de la realidad a la que bautizaré como Paneudaimonia, y que sería la siguiente:

Todo el universo es placer absoluto, excepto en el dominio de lo que conocemos como seres sintientes, en el cual todas las experiencias suponen distintos tipos de sufrimiento. Cada vez que un ser sintiente experimenta placer, esto es debido a que reduce su “yo”, es decir, reduce su “identidad independiente del resto”, acercándose a una fusión con el Todo (en esta hipótesis se considera el “yo” como algo gradual, no binario). Desde un punto de vista práctico, y según esta hipótesis, antes de nacer vivíamos fundidos en un paraíso de felicidad y ahí es donde volveremos después de muertos. El paso por este mundo de sufrimiento (que literalmente podríamos llamar infierno), debería ser lo más breve posible. Si esta hipótesis nos parece posible, esto podría ayudarnos a pensarlo dos veces antes de descartar posturas tan “extremas” como el pro-mortalismo defendido por mi buen amigo Jiwoon Hwang.

En resumen, bajo esta hipótesis consideramos la posibilidad de que aquello que llamamos “placer” tal vez no sea lo que parece, e incluso podría no existir. Al menos, podría no existir en ese mundo en el que tenemos un “yo”, una “subjetividad” propia, ajena al resto. En la versión más optimista de esta hipótesis, el placer sí existe, pero para lograrlo hay que dejar de ser “yo” y fundirse con el “Todo”. Esta pérdida del ego no sería necesariamente algo binario, sino gradual. Por supuesto, esta hipótesis sobre la consciencia puede sonar terriblemente descabellada como tantas otras, incluida el eliminativismo, el cual sorprendentemente —al menos para mí—, ha adquirido un reconocimiento más que respetable en el entorno científico. Por supuesto, el hecho de que otras hipótesis sean peregrinas no es un argumento para defender ésta, sino un elemento para ilustrar la falta de consenso en cuanto al problema de la consciencia, seguramente fruto de la dificultad que tenemos para entender en qué consiste. Creo que debemos evitar encariñarnos con una única teoría que nos resulte intuitiva, y esforzarnos por entender otras hipótesis y extraer de ellas al menos indicios de caminos que puedan ser explorados en una investigación honesta, imparcial y escéptica, orientada a reducir el sufrimiento y maximizar la felicidad. Algo que todos deseamos.

Contra-argumentos

  • La disforia producida por la despersonalización.
  • Parece ser cierto que las personas experimentan más placer si son menos conscientes de sí mismas, pero esto puede ser solo porque tienden a experimentar vergüenza, preocupación y otros pensamientos negativos cuando son conscientes de sí mismos, como si alguien (uno mismo, realmente) les estuviera observando y analizando, buscando algún defecto en ellos.
  • Podríamos entrenar para sentir gratitud por las cosas buenas que experimentamos, y de esta forma sentir más placer precisamente cuando somos más conscientes de nosotros mismos. Esta técnica parece funcionar, al menos en algunos casos.
  • Alexey Turchin argumenta exactamente lo contrario: que la no existencia es una forma de sufrimiento [1].

 

Agradecimientos

 

Referencias

[1] Sarah Lim – “Why non-existence is suffering, and why we shouldn’t accept it as a given” http://transhumanist-party.org/2019/05/24/non-existence-is-suffering/

 

Posted by Manu Herrán

Founder at Sentience Research. Associate at the Organisation for the Prevention of Intense Suffering (OPIS).

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